En el inicio fueron los mainframes ambientes cerrados donde solo el dios, mejor conocido como “administrador”, tenía autorización para modificar cualquier característica en la prestación del  servicio y el usuario final era un simple espectador de lo que ahí ocurría (a menos que tuviera la fortuna de ir a las mismas fiestas que el administrador) interactuando por medio de estaciones de trabajo lentas y complicadas en su forma de uso.

Luego, los mainframes fueron desplazados por los ambientes abiertos: minicomputadoras y computadoras personales, en donde las decisiones de las características en la prestación de los servicios quedan en manos del usuario final.

Ahora, la convergencia tecnológica se muestra como cómputo en la nube y nos lleva de regreso al control  centralizado tipo mainframe, con la diferencia de que el dios que modifica las características en la prestación del servicio es anónimo y con el agravante de que las “joyas de la corona” son puestas en un “paraíso” virtual (la información central del negocio queda en manos de un tercero).

Por otra parte, pareciera que el cómputo en la nube representa la máxima expresión del paradigma acuñado en la década de los años 90: convertir los activos en servicios. Sin embargo, hay una tecnología que encontró su aplicación práctica en el siglo 19, que muestra desde hace mucho tiempo el camino para transformar los activos en servicios: la energía eléctrica.

Hoy, para usar energía eléctrica de manera cotidiana, basta con presionar un botón, no es necesario estar al tanto de lo que ocurre detrás del interruptor de encendido de la luz de nuestro hogar. Esto no quiere decir que no hay grandes activos trabajando para hacer llegar la energía eléctrica al punto donde se requiere, lo que significa es que la civilización ha logrado el paradigma de transformar esos activos en servicios. ¿Qué ocurre cuando hay un corte en el suministro de energía eléctrica? Si no se cuenta con una fuente local de poder ininterrumpible y una planta de alimentación de energía basada en combustibles fósiles, se interrumpe la prestación del servicio de energía eléctrica hasta que el encargado de prestar el servicio logre su restablecimiento.

Es altamente probable que el futuro del cómputo en la nube siga una evolución similar a la ocurrida con el servicio de energía eléctrica, ya que el comportamiento de los servicios presenta los mismos paradigmas, por ejemplo, si hay una “caída” en alguno de los servidores (o componente) de la nube, se tendrá otro servidor que tome su lugar, como cuando hay un corte de energía y, para el restablecimiento inmediato, la compañía de energía eléctrica redirecciona el flujo para hacerlo llegar al destino previamente interrumpido.

Esto nos lleva a la siguiente reflexión: si la rentabilidad del cómputo en la nube es un diferenciador competitivo a tomar en cuenta y, por lo tanto, a invertirle tiempo y esfuerzo en su cálculo y cuidado –sin olvidar que tiende rápidamente a ser un “commodity”–,  en algún momento del tiempo habremos de registrar en nuestros análisis de costos una cantidad como hoy lo hacemos para los consumos de energía eléctrica o para el pago de renta de cualquier tipo de servicio que incida en nuestra cadena de elaboración de producto o de suministro del servicio y que dependerá en magnitud del volumen del negocio.

Para que la rentabilidad tenga aplicación práctica es necesario comparar la cifra contra algún parámetro, ya sea contra otro instrumento de inversión o bien contra el comportamiento de la rentabilidad misma pero de años anteriores. El punto a resaltar es que, en materia de tecnología, cuando se asiste a un cambio de paradigma como el que nos ocupa, hay que ser cuidadosos de no estar comparando el presente con el pasado de manera incorrecta, es como si alguien invirtiera tiempo y esfuerzo en comparar la rentabilidad del automóvil contra la rentabilidad del carromato, claro que se puede comparar, pero se trata de un ejercicio ocioso. Por ello, la rentabilidad del cómputo en la nube puede ser vista bajo la óptica de cuidar el pago de la unidad por servicio de cómputo en la nube contra la cantidad de productos producidos o servicios de negocio entregados, y no, como sugieren algunos autores, comparando el costo de las granjas de servidores “in house” contra el “ahorro” en costo de los servicios en la nube.

En esta línea de pensamiento, el tema de cómputo en la nube significará la desaparición de los sistemas operativos como los conocemos (adiós Windows) e implicará cambios profundos en el manejo de licenciamientos de aplicativos y manejadores de bases de datos, pero, ¿a quién le interesa esto desde el punto de vista de la rentabilidad? Es como tratar de cuestionar si es más rentable el uso de un sistema de inyección electrónica contra el uso de un sistema basado en carburador, basándonos únicamente en el consumo de combustible, cuando lo que habría que comparar es la eficiencia en el rendimiento del sistema más avanzado tecnológicamente contra el menos avanzado. Pero el centro de esta reflexión está en resaltar el hecho de que, para analizar la rentabilidad del cómputo en la nube, tenemos que dejar de estar pensando en nuestra realidad tecnológica actual, en términos de ¿Qué sistema operativo utiliza mi equipo de cómputo? ¿Qué manejador de base de datos elijo?, para abrir nuestra mente y ver el cómputo en la nube como un servicio integral. De nueva cuenta es digno de mención el ejemplo de que nadie al día de hoy (salvo las compañías que suministran servicio de energía eléctrica) está preocupado por la marca del generador o de la bobina de la planta de energía eléctrica por medio de la cual se genera y entrega el servicio de energía eléctrica.

Otro punto importante en el cómputo en la nube son los puntos de acceso a los servicios de la nube, los cuales deben presentar, como condición necesaria de competitividad, la inmediatez de respuesta con el simple toque de la mano o interacción humana (i.e. proximidad, reconocimiento de voz o de rostro), ya que la variable velocidad de respuesta tampoco tiene sentido compararla, es como si tuviera proveedores de suministro de energía eléctrica en donde su servicio tuviera que esperar 10 segundos después de haber presionado el interruptor de encendido para lograr encender una luz, sería un servicio que no sobreviviría una vez que alguien diera un servicio de respuesta inmediata.

Estos dispositivos se ubican en “la punta de la nube” ¿Qué quiero decir con esto? que son el vaso comunicante entre el usuario del servicio y el servicio en sí mismo y es muy importante no menospreciar este hecho a la hora de elegirlos, ya que el usuario del servicio en la nube solo hará dos cosas sin importar a qué se dedique: leer y escribir contenido, luego entonces habrá que tener en cuenta las tres condiciones básicas para que sean competitivos:

1.       Poder de cómputo capaz de dar respuesta inmediata.

2.       Portabilidad.

3.       Ergonomía.

Un tema que afecta la rentabilidad de una empresa son los cuellos de botella en la entrega de servicios o productos, sin embargo, esto no es algo que se pueda solventar simplemente utilizando los servicios del cómputo en la nube, ya que si bien se trata de servicios que cambian la forma de hacer las cosas, los cuellos de botella principalmente tienen que ver con la ruta crítica que recorren en su ejecución antes que con la velocidad a la que se ejecutan los procesos, y como cada nodo del proceso puede convertirse en un cuello de botella dependiendo del punto en donde se ubique en la cadena de suministro, entonces hay que hacer una revisión del proceso en general para reubicar o  eliminar el cuello de botella independientemente del uso del servicio de cómputo en la nube.

…¿y los riesgos?

En países en donde es alta la frecuencia de interrupciones en el suministro de energía eléctrica, las empresas mitigan el riesgo mediante la utilización de infraestructura propia que, de manera temporal, entrega el suministro en lo que la compañía formalmente contratada para brindar el servicio lo restablece. Sin embargo, nadie tiene la intención de contar con plantas de energía eléctrica propias que de manera permanente proporcionen el servicio deseado porque no sería competitivo. De igual forma, la metáfora de poner las “joyas de la corona” en un “reino” virtual, fuera de la empresa, conlleva un riesgo que se mitiga contando con respaldos actualizados de la información, para subsanar aquellos momentos de indisponibilidad del servicio o pérdida de información que pudieran ocurrir en caso de una contingencia.

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